Francisco se refirió por primera vez a una experiencia desagradable que le tocó vivir en 2010, cuando era cardenal y arzobispo de Buenos Aires, durante la primera presidencia de Cristina Kirchner, y fue citado a declarar por el secuestro de los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, producido durante la dictadura. “Algunos en el Gobierno querían cortarme la cabeza, y sacaron a relucir no tanto este asunto de Jálics, sino que pusieron en duda todo mi modo de actuar durante la dictadura. Entonces, me llamaron a juicio”, recordó frente a la pregunta de jesuitas de Hungría sobre su relación con Jalics -de origen húngaro- y su reacción ante el secuestro del cual fue víctima.
“Me dieron la posibilidad de elegir el lugar en el cual realizar el interrogatorio. Elegí hacerlo en el Episcopado. Duró cuatro horas y 10 minutos. Uno de los jueces insistía mucho en mi modo de comportarme. Yo siempre respondí con la verdad. Pero, para mí, la única pregunta seria y bien fundada, fue la del abogado que pertenecía al Partido Comunista. Y gracias a esa pregunta las cosas se aclararon. Al final, se comprobó mi inocencia. Pero en ese juicio no se habló casi nada de Jalics, sino de otros casos de personas que habían pedido ayuda”, desarrolló.
La audiencia a la que aludió Francisco se realizó el 8 de noviembre de 2010. Los jueces del Tribunal Oral Federal 5, Daniel Obligado, Germán Castelli y Ricardo Farías, citaron al Pontífice en calidad de testigo en el marco de una causa en que se investigaban crímenes de lesa humanidad cometidos en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA). En ese contexto, el entonces cardenal Bergoglio contó, por ejemplo, que se había reunido en dos oportunidades por separado con los dictadores Jorge Videla y Emilio Massera para exigir la liberación de los jesuitas. Finalmente, Jalics y Yorio fueron liberados cinco meses después de haber sido torturados.
Según relató el pasado 29 de abril frente a 32 jesuitas durante un viaje apostólico a Hungría, dos de los jueces que lo interrogaron en 2010 fueron a visitarlo a la Santa Sede muchos años después. “A uno de ellos no lo reconocía, pero tenía la impresión de haberlo visto. Lo miraba y lo miraba, y me decía: ‘a este lo conozco’. Me dio un abrazo y se marchó. Lo volví a ver una vez más, y se presentó. Le dije: ‘Merezco ser castigado cien veces, pero no por ese motivo’. Le dije que estuviera en paz con esta historia. Sí, merezco ser juzgado por mis pecados, pero sobre este punto quiero ser claro. Vino también otro de los tres jueces, y me dijo claramente que habían recibido indicaciones del Gobierno para condenarme”, se explayó. Francisco explicó ante los jesuitas húngaros que la situación que se vivía en la Argentina en el momento que fueron secuestrados los curas era confusa. “No estaba para nada claro qué debía hacer y yo hice lo que sentía que tenía que hacer para defenderlos, fue una situación muy dolorosa”. “Jalics era un buen hombre, un hombre de Dios, un hombre que buscaba a Dios, pero fue víctima de un entorno al que no pertenecía. Él mismo se dio cuenta. Era el entorno de la guerrilla activa en el lugar donde él se desempeñaba como capellán. Pero en la documentación que ha sido publicada en dos tomos, podrán encontrar la verdad sobre este caso”, completó.